jueves, 25 de agosto de 2011

LA PERVERSION DEL ANGEL

Se buscaba una luz oscura entre tanta luz, una que quedara atrapada entre las alas cada vez más grandes, pero cada vez menos imponentes de aquella raza naturalmente arrogante.
Aburridos de tanta perfección, los ángeles comenzaron a desgarrar su ser, añorando el inminente brote rojo, pero que solo los que mueren podemos experimentar, ya sus cabellos no presumen un brillo primario, ahora son largas tiras negras que caen inevitablemente, que pesan, y que frente al espejo denotan la posibilidad del error.
Más atentos de los demás saliendo de ellos mismos, apagando los ojos y abriendo las nubes, se percataron poco a poco de la inquietante necesidad, de chocar, de fusión. Las ropas se fueron haciendo menos puras, más humanas, y por fin se dibujaba en sus rostros una cavidad por encima del cuello, la cueva de los gritos, ya se miraban y ya se mostraban los colmillos.
Entrelazando las garras, los cuerpos blancos se iban confundiendo entre 2 o más, los muslos encontraron la textura, mojados como queriendo retorcerse. Fueron descubriendo diferencias y similitudes, deseo y aversión, aversión que en poco tiempo dejaba de serlo para convertirse en sonrisa, la siniestra capacidad de sentirse excitados.
En un tiempo imperceptible e indiferente, saltaban a la vista los senos que ahora se perdían entre todas las manos, mientras el día se iba mezclando con la noche. Entonces el color del escenario se fue transformando, trastornando de blanco a naranja, y de azul a morado.
Ya era inevitable detener a esa masa retorcida, habían infiltrado a los demás, y cuando la respiración se los permitía a ellos mismos el sabor instinto, el olor del placer. Las alas se fueron desplegando formando algún tipo de clamor bestial, apuntando sin miramientos hacia arriba, y sacudiendo los años, moviendo con desesperación el significado de la orgía prohibida.
Aquél día ninguno de nosotros pudo despertar, porque arriba a nadie le interesó abrir la puerta al Sol, horas sanguíneas de goce, por lo tanto no se atrevieron a despegarse. Pareciera que los cuervos del mundo eran los más fervientes espectadores de ese concierto sexual, tan estridente como el tan agudo dolor de la muela, sus ojos se volvieron rojos.
Cuando por fin pudimos recobrar la conciencia, dormir de nuevo a la realidad, y abandonar el despierto inconstante de los sueños, simplemente mirando hacia el cielo, hincados se nos fue la voz. Un círculo de cuervos rodeaban a la dantesca escena que después sería contada por los que cayeron.
Estábamos a merced de su imaginación, como el ser más pequeño e impotente. Cuando lográbamos encontrarnos los ojos con los tuyos, se calculaba por la expresión de terror que esas alas podrían fácilmente cubrir un bosque.
Y después lo imposible se volvió lluvia, la perversión de los ángeles se iba a concretar. Terminar lo indecible tendría que ser al menos algo impresionante, y así fue como vimos caer los fetos, la mayoría sin vida ya, todos con lágrimas en los ojos chocando contra el suelo.
Los ángeles cerraron la cortina y nos pusieron cielo otra vez, así de rápido se habían olvidado de un día anti natura,  del escalofrío de llegar, y como siempre nos dejaron a los que podemos sangrar la tarea de limpiar.
Yo pude rescatar uno, había quedado entre las ramas contaminadas de un árbol, después de que el ejército negro de los cuervos arrasó con la mayoría, alimentándose sin parar. Yo lo pude escuchar, ante el tono tan dulce y delirante me quedo nada más correr sin rumbo pero contra el reloj, las estremecedoras palabras:
Bauticen a esta horrenda masacre, dame el nombre de Hada, el feto de los ángeles, resultado de su primer y orgulloso pecado, por eso mi estirpe desecha de nacimiento merece al menos aguardar en los bosques de la peligrosa creatividad humana, hasta que podamos volver a subir y burlarnos, devorar a sus cuervos.
Desde entonces ningún ángel ha vuelto a bajar.
                                                                  VICTOR NEKRO